El lenguaje es el instrumento que nos permite comunicarnos y expresar la realidad, lo que a su vez nos permite hacer ciencia sobre ella. Ahora bien, el lenguaje que todos utilizamos a diario es dinámico, lo que quiere decir que las palabras que empleamos no siempre significan lo mismo, sino que están heridas de vida, por no decir de temporalidad, lo que puede ofrecernos las más inesperadas sorpresas. La lógica tradicional, lo mismo que la lógica matemática de hoy, han pretendido dominar ese lenguaje, por no decir domarlo, tratando de fijar el significado de cada término, lo que conlleva el riesgo de convertirlo en mecánico, por no decir en letra muerta. Ahora “Una lógica dinámica” pretende seguir al lenguaje en su natural dinamismo, tratando de descubrir en él toda la sabiduría que se ha ido acumulando a lo largo de los siglos, especialmente la forma tan sencilla como ha sabido hacer frente al dinamismo de la realidad para expresarla sin generar confusión. Esto ha sido posible gracias a la inteligente imbricación que se ha producido entre los lenguajes escrito y hablado. El escrito, que es visual, presta al hablado la inmovilidad de su geometría, lo que facilita su “análisis”; el hablado, que es auditivo, presta al escrito el dinamismo de su temporalidad, lo que facilita su “síntesis”. Un lenguaje así, tan dinámico, es el que mejor nos permite expresar nuestro conocimiento de la realidad, que también es dinámico, así como la realidad misma. Todo esto, que parece tan antiguo, es muy moderno, para nosotros se convierte en “El nuevo arte de pensar”, que ya no se queda en los formalismos de la lógica más fría y cerrada, sino que se adentra en el realismo de la metafísica más cálida y abierta.
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