Una página de amor es una novela perteneciente a la serie Les Rougon Macquart, de Émile Zola. Escrita durante unas vacaciones, constituye un ejemplo muy revelador de la técnica del autor.
Subyacente al ramalazo amoroso —solidariamente erótico— entre Elena y Enrique, lo que vibra es París, el curso mismo de la vida, impasible y cambiante a la vez. La vida tiene sus exigencias, y la propia consideración del periplo individual demuestra hasta qué punto somos resultado del condicionamiento.
En el caso de Elena, su amor por Juana, la pobre niña condenada, es su propia limitación y la máscara, por supuesto verdadera, que oculta sus deseos reprimidos. En una vida gris como la suya, bajo el signo del agradecimiento, el amor sólo puede ser un episodio. (Naturalmente, Zola concebía los conflictos en un nivel aproximado al que ofrecería una estadística media reveladora de la colectividad.) Favores, estado de viudez y concepción de su personalidad como precipitado donde convergen los intereses de los demás, delimitan la órbita de acción de Elena. Y, con todo, sobrevive.
Con un fatalismo innegable, pero al mismo tiempo con un asentimiento a la vida que, quizá concebida «en bruto» con exceso, no deja por ello de reclamar los derechos de endurer, de superar sufriendo sus mismas dificultades. Y, siempre palpitante o amenazador, un París «animado» por una sensualidad envolvente, trasunto a lo largo del libro de esta impasibilidad que progresivamente envolverá al hombre contemporáneo. La ciudad, un tema característico de las letras actuales, aparece perfectamente tratada por el gran escritor naturalista.
Subyacente al ramalazo amoroso —solidariamente erótico— entre Elena y Enrique, lo que vibra es París, el curso mismo de la vida, impasible y cambiante a la vez. La vida tiene sus exigencias, y la propia consideración del periplo individual demuestra hasta qué punto somos resultado del condicionamiento.
En el caso de Elena, su amor por Juana, la pobre niña condenada, es su propia limitación y la máscara, por supuesto verdadera, que oculta sus deseos reprimidos. En una vida gris como la suya, bajo el signo del agradecimiento, el amor sólo puede ser un episodio. (Naturalmente, Zola concebía los conflictos en un nivel aproximado al que ofrecería una estadística media reveladora de la colectividad.) Favores, estado de viudez y concepción de su personalidad como precipitado donde convergen los intereses de los demás, delimitan la órbita de acción de Elena. Y, con todo, sobrevive.
Con un fatalismo innegable, pero al mismo tiempo con un asentimiento a la vida que, quizá concebida «en bruto» con exceso, no deja por ello de reclamar los derechos de endurer, de superar sufriendo sus mismas dificultades. Y, siempre palpitante o amenazador, un París «animado» por una sensualidad envolvente, trasunto a lo largo del libro de esta impasibilidad que progresivamente envolverá al hombre contemporáneo. La ciudad, un tema característico de las letras actuales, aparece perfectamente tratada por el gran escritor naturalista.