Estaba como cada día, revolviendo el contenedor de comida caducada, junto al único supermercado que todavía abría en el barrio de los pudientes, cuando me encontré con un objeto rectangular envuelto con papel de diario. Pero el diario no envolvía por completo al objeto y pude advertir que tenía la semblanza de un libro. No está mal el hallazgo. Desde el cierre de la última librería y de la última biblioteca pública de la ciudad, los libros eran tratados como oro en paño, y era complicado poder conseguir nuevos ejemplares que leer. Rasgué el diario sin contemplaciones y me encontré una portada azul y de tacto áspera con unas letras blancas mal coloreadas que presentaban su título como: El libro que no debía haber sido escrito.
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