El Bien carece de sentido sin la compañía del Mal, por lo que Satanás se cuida de que por cada hombre bueno haya otro malo para equilibrar la balanza. Uno de estos hombres señalados por el Maligno es Yago, al que desde muy joven las circunstancias de su vida lo fueron degradando cada vez más hasta convertirlo en un implacable instrumento del Mal. Tras varios años entregado a sus bajos instintos logra encontrar un oasis de paz al servicio de un sedero granadino, pero el mismo rencor que tanto había alimentado se vuelve contra él, poniéndole todos los obstáculos posibles para impedirle alcanzar la redención que le liberaría para siempre de sus perversos instintos.
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